viernes, 9 de noviembre de 2012

Capítulo 3 - Confusión.


Esa misma tarde llamé a Bianca y le dije que viniera a casa. Estaba más nerviosa que nunca ya que no sabía qué le iba a decir, ni cómo le iba a explicar que Ariadna era mi novia y que venía en dos días para quedarse, para vivir conmigo. Algo me impedía pensar. Me agobiaba mucho, pero de repente sonó el timbre: era ella.
Con las manos temblorosas le abrí la puerta, y nos fuimos al salón:
-          -¿Qué te pasa? Estás palida – me dijo.
-          -Tengo que decirte algo…
-          -¿Qué ocurre?
-          -A ver, Bianca, hace un año y medio empecé a salir con una chica, todo iba perfecto pero ella se tuvo que ir a Estados Unidos con sus padres, y prometimos esperarnos hasta cumplir la mayoría de edad para que ella pudiera regresar y vivir juntas aquí. Ella cumplió los dieciocho hace dos meses, y ha ahorrado hasta encontrar un piso aquí, y viene pasado mañana.
La cara de Bianca no tenía expresión, se quedó mirándome fijamente sin decir nada, con los ojos como platos.
-          -Yo no sabía que ella vendría de verdad, pensé que se había acabado para siempre. Por eso empecé a salir y te conocí a ti.
-          -¿Entonces… soy un segundo plato?
-          -No quiero que pienses así. Tú mejor que nadie sabes que lo que te he dicho siempre ha sido verdad.
-          -Entonces.. la que llamaba siempre que quedábamos  era ella, ¿no?
-          -Sí…
-          -Pero Celeste… te llamaba cada día.
-          -Lo sé, lo sé…
-          -¿Y ella sabe que existo?
-          -No…
-          -O sea, me has mentido a mí y a ella. Has jugado con las dos.
-        -¡No!
-         - ¿Cómo que no? Estabas conmigo mientras ella estaba loca por volver aquí, contigo.
-          -Pero… yo pensé que era una tonta ilusión… entiendeme… Ella se fue y yo me quedé sin nada, y tendría que esperar casi un año hasta que ella volviese. No quería estar sola y de repente apareciste tú y me encantaste,  y no quise estropear lo nuestro.
-          -Pero tampoco querías que ella no viniera.
-          -Pero es diferente, no quería hacerle daño.
-          -¿Y qué vas a hacer ahora? Por que no creo que le haga mucha gracia que le haya costado tanto venir  y que estés conmigo.
-          -No lo sé, Bianca. Supongo que creía que este día nunca llegaría.
-          -Nunca ibas a decir la verdad, ¿no?
-          -Claro que sí, per…
-          -¿Pero qué? Has tenido que esperar a que ella venga para contármelo. ¿Y si ella nunca hubiese venido? Yo jamás hubiese sabido nada.
-          -Bianca, ponte en mi lugar. Creí que ella era el amor de mi vida, pero de repente llegas tú y me haces enamorarme de nuevo. No quería perder a ninguna de las dos, por eso no os he dicho nada.
-          -Ya… pero ya no sé qué creerme…
-          -Supongo que me lo tengo merecido.
-          -Sí, yo también lo supongo.  – Me dijo mirándome fijamente a los ojos – Me voy.
-          -No quiero que te vayas…
-          -¿Y qué hago? ¿Me quedó aquí hasta que llegue tu novia?
-          -Quiero que vengas conmigo cuando ella llegue, y contárselo.
-          -¿Conmigo delante?
-          -Sí, no quiero estar sola.
-          -Lo siento Celeste, pero yo no tengo nada que ver ahí. Si no quieres estar sola, no haber hecho todo esto.
Se levantó y se fue. Me quedé sola en el sofá, y de repente cayó una lágrima. En ese momento sentí que el mundo se caía, me sentía vacía y tenía miedo, mucho miedo. Odiaba la sensación de haber decepcionado a alguien, y menos a Bianca. No se merecía esto, nada de esto. De repente pensé en  Ariadna. En dos días me tendría que enfrentar a todo esto de nuevo, pero sería más duro aún.
Se hizo de noche. Ariadna no me llamó esta vez, lo cual me hizo ennerviar. Intenté contactar con Bianca pero no me cogió el teléfono. Y cada vez estaba más nerviosa. No quería que ese día llegase, no quería tener que decírselo a Ariadna, no quería no volver a ver Bianca… Todos los sentimientos que había sentido ahora se ponían en mi contra, me costaba respirar y cada vez el aire era más denso. Sentía que me ahogaba en mis pensamientos, y entre lágrimas me quedé dormida.
Desperté pasado el mediodía, y aunque no quería salir de la cama, mi madre me mandó bajar a comer. No tenía hambre, no tenía fuerzas, no tenía nada… Después de comer, llamé a Valentín:
-          -Hola, Valentín, soy Celeste.
-          -Hey, hola. ¿Qué tal?
-          -Bueno… ayer hablé con Bianca y se lo conté.
-          -¿Sí?
-          -Sí, se enfadó y no quiere hablar conmigo…
-          -Es bastante comprensible, ¿no crees?
-          -Sí…
-          -Ariadna coge el avión mañana temprano, y para mediodía ya estará aquí. ¿Tienes pensado decirle algo?
-          -No lo sé… no sé si contárselo todo mañana o cuando lleve unos días aquí. No sé nada Valen… ayúdame.
-          -Yo no puedo hacer nada en esto, Celeste. Sabes que haría lo que pudiera pero… Pero te aconsejaría que se lo dijeras lo antes posible, porque todo el mundo sabe que estás con esa chica, y es mejor que se entere por ti.
-          -Lo sé… pero es tan difícil…
-          -Mucho ánimo, ¿vale? Si necesitas algo, llámame.
-          -Lo haré, gracias.
-          -Chao.
-          -Adiós.
En menos de veinticuatro horas ella estaba aquí. Decidí tumbarme en la cama, y me quedé dormida toda la tarde. Me levanté y ya era de noche, y decidí ir a casa de Bianca.
No estaba. Bianca se había ido hace dos horas según su padre. Me apetecía hablar con ella, saber como estaba…  pero fue imposible. Así que volví a casa y encendí el ordenador.
Y así estuve toda la noche. No podía dormir, así que estuve toda la noche dando vueltas en la cama, pensando en todo sin sacar nada en claro.
Me desperté. Eran las doce. No podía creérmelo. Me había quedado dormida y ahora eran las doce. Llamé a Valentín pero no me cogió el teléfono, así que supuse que estaría ya con Ariadna. No quería pensarlo, no quería pensar que ya estaba aquí… Y sonó el timbre.
Sí, era Ariadna. Era ella.
 Le había crecido el pelo, ya no era azul; era castaño oscuro. La ví más alta. Venía con una sonrisa de oreja a oreja, con unos ojos que desprendían felicidad. Abrí la puerta, y me abrazó tan fuerte que casi me deja sin respiración.

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